6.1.12

Crítica. La Dama de Hierro: Meryl Streep a por su tercer Oscar


Contaba Meryl Streep que se pasó dos horas al día sentada en una silla en maquillaje para ser prácticamente idéntica que Margaret Thatcher. Phyllida Lloyd, la directora de La Dama de Hierro, logra que nos olvidemos de la máscara (algo que no consigue Clint Eastwood con DiCaprio en J. Edgar, ni la Glenn Close de Albert Nobbs). Vi la película, que seguramente le dé su tercer Oscar a Meryl Streep, en un pase para blogueros realizado por los cines Yelmo de Madrid. Confieso que la primera vez que vi a la actriz me quedé muy sorprendida. Su caracterización es magistral. Pero, y luego, ¿qué? Si no sabes quién fue la primera ministra británica (gobernó entre 1979 y 1990), te quedas con la sensación viendo esta película de que fue una política muy dura, incomprendida en un mundo de hombres, que se creció ante la adversidad justificando su mano dura porque necesitaba darse a valer ante ellos. Se incide constantemente que la líder del Partido Conservador vistiera siempre de azul, un color, digamos, neutro, pacífico, que inspira confianza (como las azafatas de Pan Am). Hasta que comienza a justificar lo injustificable, protagonizando una escalada de decisiones (muchas por cabezonería y tozuced, "medicina amarga, que el paciente necesita") que la llevan a ser muy criticada dentro y fuera de su país. En su declive como política, la Thatcher me recordaba por segundos a la (supuesta) Anna Wintour de El diablo viste de Prada. Durante un par de secuencias clave, se pasa al rojo y al negro, colores inadmisibles en su armario. Inspirada por la figura paterna, y unas ideas políticas muy claras, la Thatcher se casó, sin embargo, con un hombre absolutamente opuesto a ella. La (sobre)actuación de Jim Broadbent es soberbia, pero ¿realmente este señor era tan... surrealista, por no decir payaso? La principal virtud de La Dama de Hierro es su mayor defecto: no aburre, entretiene, porque da saltos en el tiempo (40 años, nada menos) desde la mirada perdida de una anciana que rememora su pasado, pero al mismo tiempo nos confunde sobre lo que fue la realidad y lo que la supuesta Margaret Thatcher recuerda tras su incipiente pérdida de memoria. Además, tiene un final-moralina que se ve venir y que sirve para intentar conciliarnos con esta mujer infeliz y sola, al parecer, sobrepasada por sus inseguridades personales. Para fans de la actriz y de las historias de superación personal.

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