28.12.14

Black Mirror White Christmas, la Matrix de Charlie Brooker

(opinión de Black Mirror White Christmas, episodio 3x1, con spoilers)

Charlie Brooker, el creador de Black Mirror, es un mago del horror a la hora de crear pesadillas. Imágenes imborrables. Y todas, televisadas. De dominio público. Para alegría del voyeur que llevamos dentro. En el episodio especial de Navidad, el reclamo era Jon Hamm. Y Oona Chaplin, que últimamente se sale en televisión (quede su scort de Dates en el recuerdo). Poco más sabíamos. En una blanca Navidad, otro de esos espejos negros con los que Brooker nos atemoriza, como hiciera hace décadas La dimensión desconocida. El futuro era esto, y esto da mucho miedo, amigos. Ya no hablamos de un primer ministro que se trinca a una cerda en directo ante miles de televidentes. Como hiciera en el episodio "Ahora mismo vuelvo" de la segunda temporada, Brooker insiste en las nuevas tecnologías, ésas que no vamos a saber controlar. Gracias a las redes sociales podías seguir en contacto (falso, claro) con aquel ser querido que había muerto. En White Christmas una especie de Skype en grupo evoluciona hasta convertirse en un chat para aquellos que quieren pagar por ver el mejor reality show, el que sucede en tiempo real, a través de una lentilla (Eye Link) que lleva un tipo sin suerte a la hora de ligar. Brooker reimagina el clásico Cyrano de Bergerac (¿os acordáis de Gerard Depardieu o de la peli de Steve Martin, Roxanne?), dándole una vuelta macabra. El apuesto Don Draper, Jon Hamm, es el que se esconde, no el que da la cara. Gracias a sus artimañas de seducción va guiando al loser. No lo hace escondido tras un árbol sino a través de esa lentilla. Esta primera historia (con Natalia Tena, Juego de tronos), con un final de denuncia (el ligue resulta ser una suicida que lo lleva a la tumba gracias a un copazo envenenado) como no podía ser de otra manera, da paso a la siguiente. Y sube el listón un poco más.


En el futuro también será posible que la orden de alejamiento se convierta en un bloqueo, como ocurre en las redes sociales. Tendremos un chisme con el que podremos apagar a quien no nos guste. Sin más. El mando a distancia que todos hemos soñado contra jefes, suegras y némesis varias. Y esa persona o personas serán ante nuestros ojos manchas borrosas, distorsionadas, siluetas de niebla televisiva. Pero aún hay más. Porque Black Mirror son varias historias revueltas, inquietantes, dolorosas.

La que más me impacta es la siguiente, cuando el personaje de Jon Hamm desinstala una especie de galleta de la cabeza de Oona Chaplin (que viste de blanco) y la coloca dentro de un huevo. Esa nueva inteligencia aparece con el cuerpo de la actriz, diminuta, vestida de negro, dentro de ese espacio Matrix, pero en pequeñito, blanco, la nada. Siento desazón, me falta el aire. Todo es muy teatral, pero me impacta. Porque ese clon enano tiene vida y sabe dónde está y sabe que no tiene nada que hacer a menos que alguien se lo diga. No hay héroes en el Matrix de Charlie Brooker, ni Elegidos. Oona Chaplin será la persona que organice desde ese momento los quehaceres diarios de la Oona Chaplin real. Aunque las dos lo sean, sólo una elige. La otra es una esclava, alguien sin voz, eternamente. Y esto nos lo muestra un Jon Hamm aparentemente impoluto, amable, discreto. La forma esconde a un ser diabólico, manipulador, sin escrúpulos. Puede hacerlo porque le dejan hacerlo, como es este caso, pero también fuera de la legalidad, como con la lentilla voyeur (algo que le cuesta su matrimonio, con una señora, en fin, que no es Betty Draper, ni Megan).

Pero la historia que engloba a todas las demás, con la que arranca el episodio y acaba es la más escalofriante. Cómo un preso, que se niega a confesar un crimen, es manipulado por este Don Draper igual de seductor y bebedor, hasta contar la verdad. En este final retomamos la idea de la galleta, unida a la posibilidad de introducirse físicamente en la mente del sospechoso (como vimos en la magnífica película La celda). Hamm se hace pasar por quien no es, engatusa a la víctima a la que convierte en culpable, y cuando hace su trabajo, sale de su cabeza y vuelve a la realidad. El preso sigue en su celda, el que ha confesado ha sido su clon, para entendernos, su subconsciente. Es cierto que este episodio de Black Mirror tiene truco, ya que cuando vemos a Jon Hamm y a Rafe Spall (el preso) nadie nos explica exactamente qué hacen juntos en una misma habitación, sin hablar durante años y sin conocerse. Pero Brooker lo soluciona con un magnífico remate, cuando pensábamos que no podríamos ver más. La imagen en bucle de la bola de nieve (esa bola de nieve, arma del delito) como si fueran muñecas matrioskas sin freno llega a provocarme dolor de cabeza. Y ese retorcido Merry Christmas! de la carcelera. Una bola de nieve que recuerda al final de Hospital (St. Elsewhere) escrito por Tom Fontana.

Cuando creo que esto es lo más, vemos cómo el personaje de Hamm es castigado por su delito, anulando su persona y conviertiendo a cualquier otro ser humano en una mancha borrosa. La soledad era esto. El preso no saldrá de la cárcel, ni de la real ni de esa ficticia encerrado en una habitación, pero el soplón, el listo, el que creía tenerlas todas consigo, tampoco. Jon Hamm estará solo, sin poder hablar con nadie más. Cuando acaba el episodio me imagino a Jon Hamm tirándose del edificio más alto de Manhattan, justificando la intro de Mad Men.

Bola extra: para quisquillosos fallo de raccord. Cuando Jon Hamm mira el huevo y Oona Chaplin se muestra rebelde mordisquea una tostada. En la siguiente imagen el mordisco desaparece. Luego, vuelve a aparecer.

TNT estrena Black Mirror Blanca Navidad el 29 de diciembre.

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